Introducción al concepto de terrorismo ¿Violencia innnata del ser humano para imponer su voluntad?

Oslo, tras el reciente atentado del 22 de agosto de 2011
(Fotografía: Voice of America)


                                   
                           Terrorismo: la dificultad de un término
                                                                                                                         
                                                                por Luis Pérez Armiño

En determinados momentos, un solo concepto puede implicar demasiadas cosas. Desde el comienzo de la nueva era, más bien del nuevo milenio, un único término ha determinado de forma brutal la concepción global de la política internacional. Esta palabra ha sido terrorismo.

Incluso, la importancia de este concepto no radica únicamente en el enorme papel que tiene para determinar aspectos, a veces tan abstractos, como los referidos a los cuestiones de la política a nivel internacional. El terrorismo puede convertirse en feroz compañero de sociedades enteras, pero puede suponer un importante lastre en las vidas individuales. Nadie, a día de hoy, se encuentra fuera de los objetivos terroristas. Y este es precisamente uno de los aspectos más innovadores y terroríficos del nuevo terrorismo global.

El terrorismo es un fenómeno presente e inherente a la especie humana. El uso de la violencia como instrumento político, ideológico e, incluso, religioso ha conformado la historia de la mayoría de las sociedades humanas revestidas de cierta complejidad. Incluso, los últimos hallazgos de la ciencia arqueológica parecen aventurar que la violencia es un hecho primigenio y característico del género Homo. Hace relativamente poco, se ha dado a conocer la sorprendente noticia del hallazgo de un cráneo humano fracturado por un golpe, propiciado de forma premeditada por otro individuo. El cráneo en concreto ha sido datado con una antigüedad de en torno a 126.000 años (El Mundo, 22 de noviembre de 2011). Todos conocemos la famosa muerte, más bien asesinato de un Julio César, que no podía dejar de sorprenderse de verse atacado vilmente por su propio hijo (aunque fuese adoptado). Aquel “¿Tú también, hijo mío?” no hacía más que aportar dramatismo a uno de los hechos terroristas documentados más antiguos de la Historia: el asesinato de un dirigente para motivar un cambio de dirección política.


La muerte de César, de Vincenzo Camuccini, 1804 – 1805. Galleria Nazionale d’Arte Moderna, Roma


Sin duda, la Historia misma es muestra de la vastísima amplitud de un concepto complicado, enmarañado, discutido y discutible, profundo y comprometido, como es el de “terrorismo”. El terrorismo ha existido siempre y, por desgracia, todo apunta a que seguirá existiendo. Podrá variar en sus formas, en su alcance, en sus métodos o, incluso, podrá disfrazarse con definiciones o denominaciones más o menos acertadas. Pero el terrorismo será una constante. Max Weber, cito textualmente, definía “el Estado como la institución que reclamaba con éxito el monopolio del uso de la fuerza y la violencia”. Y no podemos olvidar que, precisamente, el terrorismo, en su actual concepción, nació como una forma de entender el gobierno en un determinado momento histórico (Revolución francesa) y a manos de un determinado sector ideológico y/o político (los jacobinos). Por lo tanto, su nacimiento, tal como lo entendemos hoy en día, se emparentó con el Estado institucional. Y con el tiempo, diversos elementos de la sociedad comprendieron lo valioso del uso de la violencia en el terreno político. Si la Revolución francesa significó la implantación de un sistema liberal y burgués en todas las sociedades occidentales, también supuso la aparición de la violencia como arma política, arma que todavía hoy se esgrime de forma radical y globalizada.


                                   Los enemigos del pueblo son conducidos a la guillotina


Son los dos principales problemas que impiden la conceptualización del terrorismo. En primer lugar, la enorme variedad de formas, manifestaciones, resultados, actores o instrumentos que este concepto encierra; por otro, la complejidad ideológica del terrorismo y la diferente concepción que hay en torno a este fenómeno. No es la misma visión del terrorismo la que puede aportar el actor como la víctima, evidentemente. Y precisamente, este segundo aspecto es uno de los que más ha complicado la elaboración de una definición con validez universal del concepto terrorismo.

Desde su nacimiento, violencia-hombre es un binomio inseparable. Sólo recientemente, se ha analizado de forma consciente las posibilidades políticas que abría el uso indiscriminado de la violencia. Los actores que podían recurrir a su uso son múltiples, generando por tanto multitud de visiones en torno al terrorismo (terrorismo de estado, global, internacional, desde abajo, desde arriba, anarquista, y un largo etcétera, tan largo como formas posibles de violencia es capaz de imaginar el ser humano). Es, a la vista de lo expuesto, un concepto complejo y amplio. Y la definición que trate de abarcar este fenómeno debe ser consciente de la tarea que se le encomienda, conociendo sus posibilidades y sus límites. Como bien ha afirmado Walter Laqueur (The Age of Terrorism, 1987), una única definición de terrorismo no sería suficiente para describir dicha actividad.

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